31 octubre, 2005

Los placeres de estar enferma

Últimamente no levanto cabeza. La semana pasada, después de recibir el mismo consejo de muchas personas, decidí acercarme a una academia de esas que preparan para las oposiciones. Dado mi estado de inactividad actual, me dije que no era mala idea explorar nuevas posibilidades laborales.
Allí me cogió por banda un comercial de esos que son capaces de venderte hasta a su madre. Con un parloteo contínuo trató de convencerme de que el mundo de las oposiciones estaba hecho para mí. Y como saben venderlo tan bien y se aprovechan de tu situación de crisis existencial (dícese "¿pa qué narices habré estudiado yo esto y habré enfocado mi carrera hacia un campo sin posibilidades laborales?"), estuve a punto de picar.
Suerte que decidí rechazar el boli y el documento de matrícula que me ponía en las narices y decidí pensármelo mejor. Después, en la intimidad de mi hogar, me fui desintoxicando de tanta palabrería y me di cuenta de que eso no es lo que realmente quiero. Si quisiera simplemente un trabajo con futuro habría empezado por estudiar ciencias y luego una ingeniería. Pero hace mucho tiempo que decidí dedicarme a algo que me llenara y me hiciera sentirme realizada. Y si para ello tengo que estar un año en el paro o trabajando temporalmente en otra cosa, lo haré. Lo que tengo muy claro es que no quiero estar toda mi vida en una oficina sentada haciendo algo que no tiene sentido para mí, aunque sea de funcionaria.
Y pasada mi crisis ocupacional ayer me levanto con cierto carraspeo que a lo largo del día se convierte en un trancazo impresionante. Menos mal que existe esa fantástica droga llamada Frenadol, que te deja medio catatónica, pero eso sí, sin dolor de cabeza y sin moquitos.
Lo que me gusta de estar enferma es la atención que te presta todo el mundo y que se caracteriza por esa carita de "pobrecita mía" acompañada de la típica frase "¿Cómo estás?". Y tú siempre contestas con voz apagada y algo aniñada que ya estás mejor, mientras tu madre te sermonea por teléfono con sus consejos de la botica de la abuela y te aconseja no salir de casa.
Todos te lanzan los besitos con la mano para no contagiarse y ¡te traen la comida a la cama! Por supuesto nada de cocinar o limpiar, no vayas a ponerte peor, para eso están los demás. Tu apetito se reduce ligeramente, con lo que con un poco de suerte, te quitas un par de quilos de encima, que recuperás multiplicados cuando te pongas bien, claro. Pero eso no importa. La vida es bella desde tu cama y tu sofá, simpre y cuando no falte la tele, el paracetamol y una buena compañía.

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