06 octubre, 2005

Los lunes al sol o qué malo es estar parada

Lo qúe hace el aburrimiento... Llevo parada exactamente 3 meses, 5 días, 18h y 42 min. Es desesperante de verdad. Desde que acabé los estudios no había estado parada. Como siempre, piensas que eso nunca puede pasarte a ti hasta que ¡zas! entras a formar parte de esos números que dan por la tele todos los meses. Es como otro mundo. Los días son laaaargos, por las noches no tienes sueño porque no has tenido actividad en todo el día, te sientes una marujilla como tu madre. En fin, todas esas delicias que van asociadas a la vida inactiva o la jubilación. Pero hay que mirar la parte positiva. No tengo estrés. Pero me había acostumbrado tanto a él que parece que ahora me falta algo. He pasado de tener responsabilidades, a ser la encargada de poner la lavadora o luchar contra el polvo que insiste en instalarse bajo de la cama. También tengo más tiempo para mí. Eso me dicen, al menos, los que quieren animarme. Pero ¿qué significa eso exactamente? ¿Que tengo más tiempo para mirarme la celulitis y sacarme los defectos? ¿Que puedo analizar mi maravillosa vida con detalle y deleitarme con mi situación actual? Una cosa está clara. Pensar mucho es malo, al menos en mi caso.Por otra parte, al entrar en este mundillo conoces a unos individuos muy curiosos. Esas personas que, como tú, van por la calle cuando los ciudadanos con suerte están en el tajo. Y es triste decirlo pero... la mayoría son (bueno, somos, snif) mujeres. Y en la oficina del paro te das realmente cuenta de la cantidad de gente parada que hay. Y de la pachorra de los funcionarios. Vamos, que cuando tienes 40 números delante y llegan sin prisa pero con pausa de almorzar, tú sólo piensas en lo injusto que es el mundo que da trabajo a quien no tiene ganas de trabajar, y se lo restriega a los parados como tú.Y buscas en internet, y en los periódicos y alertas a tus conocidos de que te avisen si saben de algún trabajo. Pero parece que justamente tu ámbito profesional es el único que no tiene ofertas en ese momento. De repente, añoras a ese jefe que te puteaba hasta el extremo, y como si de un ataque de furia masoquista se tratara, deseas volver a escuchar sus gritos y hacer horas extras por amor al arte. Lo dicho, qué malo es estar en el paro.

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