27 octubre, 2005

La Pupila Azul (Parte 4)

Fue a los trece años cuando finalmente la llevaron a un psiquiatra. Al final, su madre se había salido con la suya. Éste le hizo multitud de pruebas, y dijo que la niña no parecía tener ninguna enfermedad mental, pero que había algo extraño en ella y que quería observarla durante un tiempo. Él se mostraba cariñoso con ella, y le preguntaba por sus cosas, le proponía juegos intelectuales... Pero ella se negaba a contarle nada. Se limitaba a escuchar las preguntas, mirándole con ojos ausentes. Sin embargo, el doctor no se dio por vencido, ni tampoco hizo ver que le enfadara el comportamiento de la niña. Sí, hacía realmente bien su trabajo. Y así, poco a poco, al cabo de muchas sesiones a solas con el doctor, la niña fue abriéndose y empezó a confiar en él. Llegó a considerarlo su amigo, el único amigo humano que había tenido nunca. Era tan amable, tan comprensivo... que, un día, decidió mostrarle su capacidad de mover las cosas. Trasladó un vaso lentamente desde la mesa del doctor hasta su mano, y viceversa. El hombre abrió los ojos como si se le fueran a salir de las órbitas, y se levantó de su asiento, temblando. Balbuceó que volvía enseguida, y salió apresuradamente de la habitación. Su único amigo le había fallado, le tenía miedo. Poco después, ese hombre en el que ella llegó a confiar la separó de sus padres. Les dijo que su hija estaba loca y que era mejor que permaneciera en un psiquiátrico. Ella no quería irse, pero sus padres dijeron que era por su bien. Recordaba su despedida con un beso, a la puerta de la consulta del doctor. Y entre sus lágrimas, oyó la voz de su madre: “Pronto volverás a casa, cuando te pongas buena”. Esa fue la última vez que la vio.
No fue a un sanatorio donde la llevaron, porque lo que quería hacer el doctor era investigarla, experimentar con su poder. Aquello era un gran laboratorio lleno de animales extraños y seres que difícilmente se podrían clasificar como animales. Allí todos la trataban como si fuera un objeto exótico que acabaran de descubrir, y no dejaban de observar su comportamiento. La observaban, todo el mundo la observaba. Su madre, el doctor, los investigadores... ¿No podían entender que ella quería estar sola?
No tardó mucho en escaparse de aquel lugar. Abrió fácilmente las puertas de seguridad, los códigos de números no eran ningún secreto para ella. Y cuando al fin salió de allí, juró que no volvería a enseñar su juego a nadie. Nunca volvió a casa. Siempre había sospechado que sus padres no la querían, y ahora que la habían abandonado, se dijo que sus sospechas eran ciertas. La acogieron en un orfanato y cuando fue mayor de edad, subsistió trabajando de sirvienta en algunas casas de la alta aristocracia. Pero esto no importa demasiado.

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