24 octubre, 2005

La Pupila Azul (Parte 3)

Esa fue la razón de que saliera aquella tarde, meciendo a su muñeca mientras le murmuraba una melodía suave. Se detuvo de repente. Los chicos del barrio estaban frente a ella, mirándola. Uno de ellos dijo algo, no recordaba bien qué, y todos se pusieron a reír. Se estaban burlando de ella, como siempre. Le llamaban “la muda” o “la subnormal”. A esas bromas siguieron muchas otras, hasta que uno de ellos señaló la muñeca que ella tenía en los brazos. El más alto se acercó, y ella, adivinando sus intenciones, se aferró a su amiguita de trapo desesperadamente, mientras él intentaba arrebatársela. El forcejeo no le sirvió de nada, y el muchacho se hizo con el preciado juguete. Los chicos se alejaban pasándose la muñeca unos a otros, y ella les siguió, pidiéndoles que se la devolvieran, casi al borde de las lágrimas. Un coche se acercaba a gran velocidad, y uno de los muchachos arrojó la muñeca en medio de la carretera. La niña se dio cuenta de que, por mucho que corriera, no llegaría a tiempo. Así que paró en seco y se puso a llorar, mientras los chicos la zarandeaban. Era su amiga, su única amiga, y estaba a punto de ser destruida. El vehículo estaba a escasos metros de la muñeca cuando ella alargó sus bracitos y lanzó un grito desesperado: “¡Nooo!”, al mismo tiempo que un destello azul brillante se reflejó en sus pupilas. La muñeca se trasladó rápidamente a los brazos de la niña, como atraída por un imán poderoso, y los bromistas escaparon aterrorizados, diciendo que era un monstruo.
Le costó entender lo que había ocurrido realmente, y durante un tiempo no logró repetirlo. Pero al final averiguó que podía hacerlo de nuevo si pensaba en el incidente. Sólo tenía que volver a sentirse como se sintió en aquel momento, lo que le resultó algo difícil al principio. Después, ya no necesitó sentirlo, sólo recordar lo ocurrido. Y al cabo de un tiempo, consiguió hacerlo sólo con desear que su muñeca se moviera. Siempre con su querida muñeca. Pero si podía moverla a ella, por qué no lo demás. Se dio cuenta de que conocía la naturaleza de las cosas. Cuando las miraba sabía todo acerca de ellas, las comprendía y se identificaba con ellas. Por eso era capaz de dominarlas con su mente. Empezó con objetos pequeños, de poco peso. Pero observó que no le costaba más mover una cosa porque pesara más. La fuerza de la mente no tiene que ver nada con la del cuerpo, y eso ella lo aprendió enseguida.
Le gustaba mover los muebles de su casa, o simplemente, hacer que flotaran durante unos segundos. Claro que, no podía practicar muy a menudo, porque su madre estaba casi siempre en casa. Pero cuando salía o se iba a hacer las tareas domésticas, ella se dedicaba a perfeccionar su técnica. Ya ponía los objetos exactamente donde quería y controlaba la velocidad. El poder de su mente iba aumentando con la edad y la práctica.

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