04 noviembre, 2005

La Pupila Azul (Parte 6 y última)

Pero no penséis que Celeste era una tirana, o que utilizaba su don para hacer el mal. No, el suyo era un juego inocente que no causaba daño a nadie. Cuando cambiaba las conductas lo hacía siempre para mejor, aunque algunas eran muy difíciles de cambiar y no podía mirar mucho tiempo a una persona, sin que alguien sospechara que pasaba algo raro. Más tarde, ya no necesitó mirar directamente, le bastaba con sentir la presencia de su objetivo. Su mente era como un gran ordenador, ella sólo tenía que pulsar las teclas.
Pero llegó el momento inevitable en que su poder se descontroló. Se le fue de las manos y casi no era dueña de sí misma. Parecía que la capacidad de su mente ya no tenía límites, y se sentía como poseída por una fuerza superior, que la dominaba. Era su mente. Se había convertido en víctima de su propio juego, y ahora era demasiado tarde para detenerlo, no podía parar. Cada noche, sin ella quererlo, leía las mentes de los dirigentes de los países, de los grandes científicos y escritores. Recogía toda la información, y la atraía con rapidez hasta su mente, donde quedaba grabada. Veía los datos a todas horas, pasaban más y más rápidos por su mente, noche tras noche. Era como si estuviera viendo una película interminable. A menudo, informaciones confidenciales pasaban, al trasladarse, por otras mentes, y quedaban registradas allí. Muchas veces, a causa de estos cruces de información, se producían guerras y enfrentamientos entre los países y los hombres. También se escribían algunos libros, cuyos autores decían haber tenido una revelación divina, o del “más allá”.
Esa noche, después de recopilar datos como de costumbre, sintió la necesidad de salir a respirar el aire fresco de la ciudad. Se sentía mal por lo que le estaba pasando, nunca debió haber llegado tan lejos, pero no lo había podido evitar. Algo en su interior la había empujado a utilizar su juego, a perfeccionarlo, pero...¿Qué?. Sentada en el banco, y con el bote de refresco en la mano, se preguntó, por primera vez en toda su vida, quién era ella. Absorta en estos pensamientos que parecían no tener respuesta, contempló de nuevo la noche. Algo había aparecido en el firmamento. De repente, una luz deslumbrante, de un color azul brillante, la cubrió por completo. Se elevó, enajenada, atravesando el haz de luz, que la transportó hacia la inmensa nave. Mientras subía, sintió un descanso y una paz que nunca antes había experimentado; luego, ya no sintió nada. Su mente se había detenido. La nave giró sobre sí misma, emitiendo un suave zumbido. Luego se alejó, dejando un rastro azulado.
En la oscuridad de la noche no quedó más que el cuerpo sin vida de una mujer, recostada en un banco de la plaza solitaria. Ya no había nada especial en ella. Los brazos caídos, las manos muy abiertas y sus ojos, antes con destellos de un azul brillante, estaban apagados, vacíos, muertos. El proyecto XZT 2953, creado para recoger muestras de la civilización terrestre, había sido todo un éxito.

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