30 noviembre, 2005

Cansancius máximus

Ya no recordaba lo que es trabajar como una burra. Echar horas como una posesa, trabajar los fines de semana, estar de guardia cada dos por tres. ¡Bienvenida de nuevo! Me dijeron cuando entré por la puerta. Creo que estaban más contentas de mi llegada, no tanto porque se alegraban de verme, sino porque les iba a aliviar algo del agobio de trabajo que hay siempre por allí.
Y claro, aprovechando que vengo fresca como una rosa (ya recuperada de mi traspiés), se dedican a cargarme de trabajo para que otras descansen y se recuperen del strés. El problema es que voy de culo, de aquí para allá, de sordo en sordo y tiro porque me ha vuelto a tocar trabajar a mí hasta las 10 de la noche. Mi cuerpo, ya acostumbrado a los placeres de la bartola, se me rebela cuando intento levantarme después de 6 horas de sueño para otra jornada agotadora.
Cuando arrivo a casa no me apetece ni preparar un cappuchino de esos a la taza, con lo que mis cenas son bastante tristes. Lo único que anhela mi pompis es hundirse en el sofá y tragarse lo que echen, para despejar la mente de manos incansables que salpican signos, malos rollos en abogados y esperas interminables en médicos y hospitales. ¡Estoy saturada!
Lo más divertido es que sólo llevo tres semanas trabajando y aún quedan 8 meses para las vacaciones de verano. Paciencia y al sordo (perdón, al toro). ¡Y viva la explotación laboral que me da de comer y paga la hipoteca!

No hay comentarios: