31 diciembre, 2005

Clarividencia (Parte 2)

“El fuego subía en oleadas anaranjadas y rojizas, cubriendo el aire de ceniza. Un olor a gasolina y a cuero quemado impregnaba el ambiente mientras el coche ardía. El interior se consumía rápidamente, desprendiendo un calor asfixiante. El aire quemaba. Le quemaba las fosas nasales y los pulmones, no podía respirar y, de repente, la explosión.”
Celeste se despertó sobresaltada y jadeante. Aspiró una bocanada de aire puro como si llevara un rato sin respirar y empezó a tranquilizarse. Otra vez el sueño.
Se levantó, aún aturdida y miró el reloj. Las 18.25. Había dormido muy mal esa noche y se había echado en la cama después de comer. No esperaba quedarse dormida tanto rato. Ya más despejada, se sentó ante el escritorio para ponerse a estudiar. Cuando ya llevaba un rato leyendo sus apuntes de clase, llenos de garabatos y tachones, sonó el teléfono. Era Sandra, que llamaba para avisarla de que habían quedado Ana y ella para salir el próximo sábado.
- ¿Vas a traer a David para que le conozcamos por fin?
- No puede, ha quedado con sus amigos. Otro día.
- Qué pena. Bueno, entonces nos vemos el sábado.
- Vale, adiós.
- Adiós.

El jaleo nervioso de los pasillos reflejaba la tensión de los exámenes desatada en los descansos entre apuntes y libros. La facultad bullía de actividad mientras Celeste se dirigía al despacho de su profesor de dialectología inglesa. Tras subir al quinto piso, comprobó en el directorio de la planta la ubicación del despacho del profesor y se dirigió hacia él por el pasillo correspondiente. Mientras avanzaba, vio a algunos alumnos que se agrupaban junto a las listas de notas expuestas en los tablones y comentaban su suerte y la de sus compañeros. Otros charlaban junto a la máquina de café.
Celeste iba leyendo los números de los despachos, intentando localizar el que estaba buscando. No le hizo falta seguir mirando cada puerta porque de repente vio salir al profesor de una puerta al final del pasillo. Se estaba despidiendo de Jorge, un compañero de clase. Celeste le miró sin disimulo desde la intimidad de la distancia que les separaba. Jorge, el chico por el que suspiraba la mayoría de las chicas de clase.
Era alto y delgado, de pelo moreno y brillante. Sus facciones marcadas pero a la vez delicadamente definidas le daban un cierto aire de chico rebelde. Su estilo de vestir era muy particular. Parecía descuidado y casual, pero Celeste estaba segura de que elegía cuidadosamente su vestuario. Pero lo que más la fascinaba eran sus ojos negros, capaces de cautivar a cualquier mujer que osara enfrentarse a ellos.
Celeste no era una excepción. Sin embargo, nunca había cruzado más de dos palabras con él. Estaba segura de que él ni siquiera sabía que existía.
Jorge se despidió del profesor y se dirigió hacia ella por el pasillo. Sus miradas se cruzaron por un momento.
- Hasta luego. –La saludó con un leve movimiento de cabeza
- A... Adiós.
Maldita sea. Ya había vuelto a quedarse petrificada. Por lo menos él sabía que iban a la misma clase. Sus pensamientos se disiparon cuando se encontró frente al profesor y sacó su trabajo de su carpeta de separadores.
La semana pasó lentamente para Celeste, entre clases y visitas a la biblioteca. Los exámenes estaban cerca y se pasaba el día estudiando. Parecía que el fin de semana no llegaría nunca. Pero llegó por fin y Celeste cerró la carpeta de sus apuntes. “Debo arreglarme para esta noche” pensó. Irían donde siempre, a la zona de pubs de moda en la ciudad. Ana conocía a mucha gente y siempre las dejaban entrar gratis donde quisieran. Tras una larga revisión del contenido de su armario se decidió por unos pantalones negros ajustados y una camiseta roja de tirantes con un generoso escote. Se miró en el espejo del baño y suspiró resignada. “Bueno, no estás mal del todo”, se dijo para convencerse. Después se maquilló y se recogió el pelo en un moño, dejando que un par de mechones le cayeran libremente sobre el rostro.
El sábado a las once de la noche la ciudad presentaba un aspecto totalmente diferente al que ofrecía durante el día. La noche era de los jóvenes. Grupos y grupos de jóvenes hablando distraídamente en los bares y yendo de aquí para allá con sus motos y sus coches de segunda mano. Cada uno expresándose a su manera, con su propio estilo y su manera de vestir y divertirse. Todos diferentes, pero a la vez todos buscando lo mismo: una liberación semanal de las obligaciones y rutinas impuestas por la sociedad, una aventura que le ponga chispa a una vida que juzgan demasiado aburrida y exigente.
Celeste se confundió con la multitud de jóvenes que llenaban la Plaza del Castillo, centro neurálgico de toda juerga nocturna, y se convirtió en una más. Se detuvo en la puerta del bar en el que había quedado con sus amigas y las buscó con la mirada. Al poco rato apareció Ana, vestida con uno de sus habituales minivestidos de fiesta, lo que provocó las miradas de admiración de todos los chicos que se encontraba a su paso. Celeste ya estaba acostumbrada al efecto que provocaba su amiga en los hombres, así que se acercó a saludarla.
- Menos mal que has llegado, me ha parecido ver a Paco, mi ex, y no me apetece nada que venga a darme la plasta. Mira ahí viene Sandra. Entremos, joder, que me estoy quedando helada.
Se metieron en el pub. Tomaron unas copas y Ana se puso a parlotear sobre su trabajo y sobre cómo Elvira le hacía la vida imposible.
- Pues hablando de la reina de Roma, por ahí viene –dijo Celeste.
- No me digas... –dijo Sandra.
- Hola chicas, ¿qué tal? –Saludó Elvira con una sonrisa sin duda ensayada- Celeste, cuánto tiempo sin verte. Me alegro de que te hayas decidido a salir, por fin. No te veía desde lo del chico ese... ¿cómo se llamaba?
- Eh...Luis.
- Ah, es verdad. Pues nada, deberías salir más, que si no te vas a quedar para vestir santos. Es broma. Bueno, me voy, que me están esperando. Nos vemos.
Las tres la miraron con odio mientras se alejaba para unirse a un grupo que estaba en la pista de baile. Celeste rememoró en un momento su ruptura con Luis. Se dio cuenta de que aún no lo había superado.
- ¿A qué habrá venido ese comentario? Es que tiene el don de la oportunidad, la muy guarra. –Comentó Ana. –Y tú ni caso, ¿eh? –le dijo a Celeste- ésta es nuestra noche y nada nos la va a arruinar. Vamos a bailar.

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