05 febrero, 2006

Clarividencia (Parte 3)

Se pusieron a bailar en un lado de la pista, disfrutando de la música. Ana era sin duda el centro de la atención masculina y lo sabía. Se deleitaba espantando a todo aquel que se le acercaba a invitarla a una copa o a susurrarle proposiciones al oído.
La noche avanzaba y el local iba llenándose cada vez más. Los grupos de gente entraban y salían deslizándose entre la masa de jóvenes que bebían, bailaban y charlaban a gritos. De repente, el corazón de Celeste se aceleró al ver que Jorge, su compañero de clase, entraba por la puerta del pub junto con otros tres chicos. Estaba guapísimo con aquel sueter negro y los pantalones vaqueros algo ceñidos. En ese momento, el resto del mundo dejó de existir. Sólo le era posible escuchar el latido de su corazón mientras le observaba avanzar entre la gente como a cámara lenta. Ana y Sandra conversaban animadamente y no se percataron de su distracción repentina.
Los recién llegados se detuvieron junto al bar, a una distancia prudencial de ellas. Jorge se inclinó sobre la barra, pidió una copa y mientras esperaba su bebida tamborileó con los dedos sobre el mármol. Al levantar los ojos, se encontró con los de Celeste, a la que pilló por sorpresa. La saludó con un ligero movimiento de cabeza, al que ella respondió del mismo modo. Celeste pensó que si fuera más valiente se acercaría a hablar con él, pero avergonzada, bajó la mirada y apuró su vozka con limón. Cuando se atrevió a mirarle de nuevo, él conversaba con uno de sus amigos. Sin embargo, le pareció que miraba de nuevo hacia donde ella estaba. No, no la miraba a ella. Estaba mirando a Ana. La observó con interés durante unos segundos, mientras uno de sus amigos le hacía algún comentario al oído que le hizo sonreír.
Celeste sintió como una oleada de decepción se apoderaba de ella, pero se dio la vuelta para unirse a sus amigas e intentar olvidar lo que acababa de ver. Sin embargo, alguien más estaba mirando a Ana con interés hacía un buen rato, y decidió que ya era hora de hacerse visible. Paco se acercó a ellas y cogió a Ana por la cintura.
- Por fin te encuentro. Sabía que hoy te vería por aquí.
Ana se deshizo de sus manos y le apartó de ella.
- Paco, por favor. Te he dicho mil veces que no me hagas eso. Déjame, ¿no ves que estoy con mis amigas?
- Sí, ya lo veo... Lo que veo es a un montón de moscones esperando la oportunidad de tirársete encima. Sólo quiero protegerte.
- Protegerme dice, ja. Pues para que te enteres, no necesito tu protección. ¿Y si resulta que me gusta alguno de esos moscones?
Paco la cogió del brazo con fuerza.
- Que le parto la cara y se le quitan las ganas de volverte a mirar. –Susurró.
- Ya está bien, Paco. ¡Hemos terminado! ¡¿Cuántas veces quieres que te lo repita?! ¡Suéltame!
- Vale, vale, no te pongas nerviosa, tía. –Dijo Paco levantando los brazos.- Estaré en la barra, por si me necesitas.
Y dicho esto se apartó de ella. Durante el resto de la noche no le quitó el ojo de encima a Ana, lo que hizo que ella se pusiera cada vez más nerviosa.
- Tías, me largo, no lo aguanto más.
- Sí, es tarde, vámonos,- dijo Sandra.

El lunes por la mañana, Celeste se levantó extrañamente descansada y sin recordar que hubiera soñado en toda la noche. “Por fin me he librado de esos endemoniados sueños”, se dijo mientras se arreglaba para ir a clase. Tras prepararse el almuerzo y comprobar que su compañera de piso se había vuelto a dejar el friegue en la pila, suspiró y salió de casa.
Cuando volvió a mediodía a su piso comprobó el contestador, como de costumbre y vio que había un mensaje. Lo escuchó mientras descargaba la mochila y se quitaba la chaqueta. “Celeste, soy Sandra” en su voz había preocupación “Estoy en casa de Ana, con ella... Alguien le prendió fuego a su coche ayer por la noche y está muy nerviosa, piensa que la quieren matar... Vente si puedes cuando escuches esto... Hasta ahora”. Celeste, desconcertada, se dejó caer en la silla que había tras ella e intentó poner orden en los pensamientos que se agolpaban en su mente. ¿Era posible que el sueño que había tenido durante las últimas noches estuviera relacionado con lo que le había pasado a Ana? Por un momento, recordó de nuevo el fuego consumiendo el coche de su sueño, el calor, el humo. No, era sólo una casualidad. Pero una casualidad que no dejaba de ser curiosa. Se volvió a poner la chaqueta y se dirigió a casa de Ana. Cuando Sandra le abrió la puerta se encontró a su amiga llorando en el sofá. Estaba furiosa.
- Le voy a denunciar, le voy a denunciar por esto y... y... por acoso. –decía Ana entre sollozos.
- Lleva así un buen rato. –explicó Sandra.
- ¿Quién ha sido? –preguntó Celeste.
- La policía no ha encontrado ninguna pista todavía. Puede que hayan sido unos gamberros que...
- ¡Ha sido él, estoy segura! –gritó Ana- pero se va a enterar de quién soy yo.
- Cálmate, Ana, ¿de quién estás hablando? –preguntó Celeste sentándose a su lado e intentando consolarla.
- Ella cree que ha sido Paco.
- ¡Es un psicópata degenerado! Sólo así se explica que me haya quemado el coche.
- Yo creo que es mejor no precipitarse en acusar a nadie, hasta que la policía encuentre alguna prueba. –Recomendó Celeste- Además, me temo que Paco no es único chico al que has rechazado últimamente. Acuérdate de Sergio, que no te dejaba en paz.
- ¡Pues yo estoy segura de que ha sido Paco! Y más le vale no pasear su careto delante de mí porque no respondo de mis actos.
Celeste decidió ahorrarse el comentario sobre el extraño parecido entre su sueño y lo ocurrido. Ana no estaba para que le contaran cuentos chinos.
El fin de semana siguiente las tres amigas quedaron para ir a ver un concierto de Rock en una sala de las afueras de la ciudad. Cómo Ana se había quedado sin coche, Sandra se había ofrecido a llevarlas en el suyo, un viejo Renault heredado de su padre. Celeste se encontró con Ana en su portal, donde habían quedado con Sandra.
- ¿Estás mejor?
- Sí, qué remedio, tendré que joderme y resignarme. –Se sacó un pitillo del bolso y lo encendió. –Le he contado a la policía lo de Paco, pero sin pruebas no pueden hacerle nada. Me da una rabia...
- Ten paciencia y verás como se aclara todo.
- Cambiando de tema, que éste no me gusta mucho, espero que Sandra traiga a su amiguito, me muero por conocerlo. Ah, ahí viene...Pero joder, si viene sola.
Sandra se detuvo con el coche frente a ellas.
- ¿Dónde te has dejado a David? Ana se muere por conocerlo.
- Eh, y tú también, no disimules. Pero que conste que es un interés de amigas, para comprobar que no te has liado con el tío equivocado.
- Ya... No os preocupéis. Va a venir al concierto.

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