01 marzo, 2006

Clarividencia (parte 4)

El concierto de rock era en la sala de un pequeño pub de las afueras de la ciudad. El calor del interior de la sala contrastaba con el frío invernal del exterior, lo que hacía que nada más entrar por la puerta se apoderara de los presentes la sensación incómoda que precede a la sudoración.
Tras la cola de la entrada, Celeste y sus amigas pudieron acceder por fin al local. Se abrieron paso entre la gente para colocarse en el centro de la sala. El concierto iba a empezar ya y Sandra miraba nerviosa alternativamente su reloj y la puerta. Al cabo de un los ojos se le iluminaron. Ana y Celeste se dieron la vuelta y vieron a Sandra besar a un chico alto y moreno, que la rodeó con sus brazos. Sonrientes, se acercaron a ellas cogidos de la mano.

- Eh, pues no está nada mal el tío. Joder con la Sandra. –le comentó Ana a Celeste por lo bajini.

- Chicas, éste es David... David, éstas son Ana y Celeste.

El concierto estaba a punto de empezar. Se oyeron algunos gritos cuando los artistas salieron al escenario con sus guitarras.
Sudor, todo era sudor. La gente saltaba y cantaba al ritmo de la música estridente. Celeste iba de un lado a otro saltando, intentando seguir el ritmo de los demás y no acabar aplastada. Pero no estaba allí. Pensaba en Luis y lo que le había dicho Elvira. Pensaba en Jorge y en cómo miró a Ana aquel día en el Roxy. Miraba de reojo a Sandra y David y sintió envidia de su felicidad. Algo en su interior la impulsaba a seguir saltando.
La masa humana empezó a volverse más inestable. El ritmo regular se rompió y algunos se empujaban los unos contra otros mientras seguían saltando y gritando. Algunos espectadores se apartaron, avasallados por la violencia de la multitud. Ana se había separado del grupo nada más empezar el concierto. Aquello de saltar y sudar no iba con ella. Poco después, Sandra se reunió con ella en la barra. David se ofreció a acompañarla, pero ella se acercó para chillarse algo al oído.

- ¡Quédate tú y disfruta del concierto! ¡Y de paso le hechas un ojo a Celeste, que no sé que hace ahí metida donde hay más follón!

Celeste se dejó contagiar poco a poco por la locura colectiva. Ella también chillaba. Chillaba por dentro y por fuera. La imagen de Jorge mirando a Ana el pub volvió a su mente. ¿Por qué se sentía tan vulgar e insignificante?
David se puso a su lado, intentando frenar la violencia de los que la zarandeaban de un lado a otro. Ella estaba como ida, gritando sin parar. Ambos se movieron al ritmo de la gente. Chocaban el uno contra el otro en cada salto. Las gotas de sudor salpicadas de los cuerpos empapados parecían estar flotando en el aire. Celeste deseó que Jorge estuviera allí en ese momento y poder chocar con él involuntariamente, del mismo modo que estaba chocando con los que la rodeaban. Quizá en alguno de aquellos encontronazos íntimos y resbaladizos, él se diera cuenta por fin de lo que sentía por él y fueran a esconderse a una esquina del pub, uno en brazos del otro, para saborear la sal en su piel.
Pero era imposible, tan imposible que dolía y tenía que seguir gritando. Un momento más tarde, una de las embestidas de la gente la hizo tambalearse de tal modo que iba a caer al suelo. Pero David estaba a su lado y la cogió en el último momento por un brazo. La mano le resbaló gasta la muñeca de Celeste y la atrajo hacia él. En ese momento, ella se sintió extraña., un flash la cegó y una escena le vino a la mente...
“Era una habitación sencilla y cálida. Había un chico de pie junto a la cama, desnudo de cintura para arriba. Le reconoció enseguida. Era David, al que acababa de conocer. Abrazaba a una chica. Le apartaba el pelo y le hundía la cara en el cuello, acariciándole la espalda. Oyó los suspiros de ambos y los besos. De repente, él empujó a la chica sobre la cama...”
Celeste se desvaneció y David tuvo el tiempo justo de cogerla para evitar que cayera al suelo. Salieron de la multitud y Ana y Sandra se acercaron asustadas. Entre los tres la llevaron hacia la barra y la sentaron en uno de los taburetes. Después de abanicarla con unos folletos que les dio la camarera, Celeste abrió los ojos. Parpadeó varias veces, volviendo a la realidad y sin entender aún lo que había ocurrido.

- Celeste, tía, ¿te encuentras bien? –Preguntó Ana.

- Cre... creo que sí.

- Menudo susto nos has dado.

- ¿Qué... qué me ha pasado?

- No lo sé, –dijo David.- De repente se te han puesto los ojos en blanco y te has desplomado. Menos mal que he podido cazarte al vuelo.

Celeste se levantó, asegurando que estaba bien, sólo había sido un pequeño mareo. Pero ¿Qué le había pasado? ¿Había sido una alucinación? Quizás era por el calor.

- Será mejor que me vaya a casa. Estoy cansada y creo que el calor me ha afectado un poco.

- ¿Tan pronto? –se quejó Ana- pero si el concierto aún no ha terminado...

- Déjala, que no se encuentra bien. ¿No le ves la cara? Parece que haya visto un fantasma. –dijo Sandra.

- Si quieres te llevamos en mi coche –se ofreció David. –Es mejor que te no te vayas sola, no vaya a ser que te vuelva a dar un mareo de esos en plena calle. Voy a traerlo, vosotras salid a la puerta.

Y dicho esto, se alejó hacia la salida.

- ¿A que es majo? –dijo Sandra.

- Pues sí, lo parece –dijo Celeste aún algo confusa.

- Yo le daría un 8, desde luego. –dijo Ana.

Las tres rieron la gracia y se dispusieron a salir del local.
David detuvo el coche frente al portal de Celeste y ésta bajó del coche.

- ¿Seguro que no quieres que te acompañemos arriba? –Preguntó Sandra.

- Seguro, iros tranquilos. Estoy bien. Gracias por traerme.

- Buenas noches.

- Buenas noches.

Mientras entraba en su casa, Celeste empezó a darle vueltas a lo sucedido. ¿Qué le había pasado? Había sido como uno de sus sueños, pero esta vez no estaba dormida. Como en sus sueños, había visto la escena perfectamente, con todo detalle. Era como si ella estuviera allí, como si fuera la espectadora de una película que iba pasando delante de sus ojos. Se preguntó si estaría loca. No, no había que exagerar. Estaba cansada y el calor la había afectado un poco, eso era todo.

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